30 junio 2009

Hacienda somos todos, pero yo más

"Eres una chica pararrayos. Siempre te pasan cosas. Contigo puede ir uno tranquilo por la calle, porque si tiene que pasar algo te va a pasar a tí"- dijo su jefe mientras le hacía la firma electrónica.

Esta afirmación que es un diagnóstico tan rápido como certero venía a cuento de la sarta de desventuras que ella había ido hilando en un relato que perfectamente podría titularse Ensayo sobre la Calamidad. Anotó el comentario mentalmente. Siempre toma nota de lo que él dice porque nadie la diagnostica con tanta precisión. Ese hombre es un experto en la interpretación de suspiros, miradas y sonrisas. Su habilidad para entender sólo puede compararse a su destreza para poner en unas cuantas palabras todo lo que ha comprendido de un vistazo. Más de una vez ha proclamado su deseo de parecerse a ella cuando sea mayor, cuando la sorprende secuestrando a la Virgen del belén de Sanidad y Consumo o haciendo alguna trastada semejante. Dónde los demás ven a la agente de signos pasando revista a las puntas abiertas del pelo, él vislumbra nítidamente a Ladycaña, sentada estilo indio y con el pórtatil quemándole las piernas, tecleando alguna ocurrencia a todo meter. Más allá del apellido, les une la confianza en algunas grandes verdades, como que los nombres y los verbos son importantes, pero no tanto como los adjetivos. Por eso, es ella, que quiere parecerse a él de mayor, quién entra para que firme los certificados, porque sabe que a la vuelta, le habrán radiografiado el alma.


ENSAYO SOBRE LA CALAMIDAD

"La primera vez que hice la declaración, era tan ingenua que creía que Hacienda era Robin Hood, robando a los ricos para dárselo a los pobres. Mientras aquel señor tecleaba mis escuetas retribuciones dinerarias, me relamía pensando en la cantidad de cosas que podría comprarme con el cántaro de leche que me iba a devolver la Agencia Tributaria. "Te sale a pagar 100.000 pesetas" El cántaro se me rompió encima con tanta violencia que casi pierdo el conocimiento. Traté de recomponerme mientras recibía explicaciones de que mi empresa, ésa que me pagaba cada 4 o 5 meses en función de las subvenciones, no me había retenido ni un céntimo en todo el año.

Al ejercicio siguiente, plenamente convencida de que, efectivamente, el fisco era el Príncipe de los Ladrones pero desengañada de la idea de que eso fuera a beneficiarme, tomé la precaución de consultar los datos fiscales antes de felicitarme por el hecho de no estar obligada a presentar la declaración. Para mi sorpresa, en uno de los trabajos eventuales que había tenido, habían computado las 8.000 pesetas que me pagaron como si fuera una trabajadora autónoma en vez de asalariada. Esta simpática jugarreta era motivo suficiente para tener que volver a palmar una nada despreciable suma de dinero.

Tercer intento: la empresa de turno me obsequia con dos certificados de retenciones uno correcto y otro erróneo. Yo, con mi habitual facilidad para atraer los rayos, presento el erróneo. Hacienda, con su habitual afición a buscarme las cosquillas, me hace una paralela. El tercer intento termina tan trágicamente como los dos anteriores, sólo que en euros.

Llegamos a la declaración del 2008. Cualquiera que haya prestado un mínimo de atención, podrá imaginar que al oir hablar de borradores, impuestos, retenciones, gastos deducibles... se provoque en mi una reacción alérgica lo bastante grave como para posponer el momento de rendir cuentas a la Hacienda Pública todo lo posible. Cuando sólo quedan 24 horas para que se acabe el plazo, la anticipación del sablazo es más dañina que cualquier alergia y me pongo manos a la obra. En mi casa se respira un cierto tufillo a catástrofe: mi móvil sólo responde a uno de cada 5 intentos de reanimación cardiopulmonar que le practico, el teléfono fijo tiene múltiples y ruidosas interferencias, la lavadora dejó de centrifugar hace tres días, mi tele se ha contagiado de la gripe del apagón analógico que, no sé cómo, he importado de Menorca... (se me ha olvidado comprobar esta mañana si la Bruja Avería está empadronada en mi casa). Pero no me dejo desalentar por los malos augurios y hago todo lo que está en mis manos y en las manos amigas que me rodean, para cumplir en plazo con mis obligaciones tributarias. Y así, pido que me hagan la firma digital, y por si acaso, una excompañera y amiga, que trabaja en la boca del lobo, me envía los datos fiscales por fax. Ya en casa descargo la firma electrónica y el programa Padre pero por algún motivo, probablemente relacionado con que mi Windows se apellide Vista, los datos no se vuelcan automáticamente. De pronto, el fax se vuelve imprescindible. Y cuanto más necesario más dudoso se me antoja, ya no estoy segura de que esos seises no sean ochos. Llamo a mi amiga y no sólo me descifra las cifras sino que me hace todo un tutorial telefónico de la declaración. Ya me he llevado el disgusto. Cómo dice Gabuto, no me sale a devolver sino a vomitar. Quiero hacer la presentación telemática, que para eso me he hecho la firma electrónica, pero ese procedimiento dejó de estar disponible para los que hemos esperado a vomitarle a Hacienda después del 23 de junio. Hay que imprimir. Me da la risa. No me lamento por no tener impresora, de haberla tenido la Bruja Avería ya se habría ensañado con ella. ¡La impresora de mis padres! Sin tinta. La de mi amiga Pitufa, a la que ya sólo le queda un pie en el barrio, imprime a una velocidad de 15 minutos por hoja. Desde el Facebook, nada menos que una Matahari con acento gaditano me tiende una mano. Se descarga el Padre (Nuestro), mientras yo lo rezo, comprimo la carpeta que el Padre parió en mi ordenador y se la mando por e-mail. Creo que si le llega, será por obra y gracia del Espíritu Santo. Bendigo la Ley de Protección de Datos; los míos llevan dos horas recorriendo Madrid, saludando a mis amigos, para poder llegar a tiempo a su destino. Matahari busca el asesoramiento de un compinche, y por fin, consiguen imprimir las 18 páginas que me entregará mañana, hoy, a las 8:00, si no me fulmina un rayo por el camino."

Doy fe de que Hacienda somos todos, sólo para hacer mi declaración hemos hecho falta muchos.

22 junio 2009

El sueño de Artemisa

22 de junio de 2009, Luna Nueva.

Había que hacer este viaje para este parto ("ogni cosa al suo tempo..."). Una nana inspirada en una leyenda (mi post anterior parece un presagio).


"Cuentan los habitantes de la isla que cada 28 días nace una estrella en la tierra. La claridad que desprende esa piel, aún por estrenar, es más fuerte y blanca que los destellos que alumbran la noche a millones de años luz. La Luna, que sabe aún más por vieja que por sabia, es consciente de no poder competir con ellas y ante la posibilidad de ser eclipsada por la recién llegada abandona el cielo a la espera de que el joven esplendor se aplaque.

Dicen que cuando el sol sabe del alumbramiento de una niña en Luna Nueva, se levanta muy temprano y va a su encuentro obsesionado por la idea de ser lo primero que vea al abrir los ojos. Junto a la cuna, la observa ensimismado mientras duerme. A veces se acerca tanto a los barrotes que el calor de sus rayos acaricia el semblante de la pequeña y la despierta. La niña, conmovida por este gesto, responde con un beso que hace que el sol se ruborice y arda con más fuerza. Y así, gobernado por un rojo incandescente, el día amanece.

Lejos de sentirse celosa, la Luna establece un vínculo inquebrantable con estas niñas a las que concede parte de su misterio y su protección, a cambio de que hagan realidad su sueño de convertirse en una mujer de carne y hueso."

Alicia (desde hoy Artemisa): Me temo que serás irremediable e irresistiblemente lunática.

Mother Mary y Father Fernis: sé que afinaréis muy bien la noche del estreno.

Menorca: ¡Gràcies per tot i Feliç Sant Joan!