23 agosto 2008

Diario de un espejismo

Mis padres reformaron el baño poco antes de que Ariuca y yo hicieramos la comunión. La mañana que mi madre me despertó para estrenarlo, ninguna de las dos sabía que me estaba regalando un recuerdo imborrable del que, en realidad, sólo conservo huellas parciales de sensaciones: una mañana de primavera que olía a silicona, la pregunta de si me gustaba aquel baño del color de mis ojos y mis pies descalzos colgando del inodoro sin poder alcanzar el suelo. Me hubiera empadronado allí. Solía entrar a imaginar que me hacía muy pequeña y vivía en el mueble que había debajo del lavabo. Dormiría en el cajón, abrigada por la felpa de las toallas de bidé. Al despertar treparía hasta la azotea y me colgaría del grifo para beber agua, nadaría en esa piscina espectacular del seno del lavabo y me tumbaría en la jabonera para secarme al sol de la bombilla.

Quizás sea el baño el único lugar de la casa donde se nos permite estar solos y en ese lapso de ensoñación que va desde que echamos el cerrojo hasta el golpeteo impaciente de unos nudillos, los azulejos asisten atentos a nuestras divagaciones y dan fe de nuestros dilemas y nuestros anhelos. No se merecen que los abandonemos a su suerte en inhóspitos contenedores. Si eso sucede, su suerte mejor será que alguien los recoja y los ponga cerca de un espejo. Que pasen a la posteridad asomados a la orilla de un lago de mercurio contemplando los sueños de los que son portadores. Eso les encanta. Así es como el azogue recupera su poder y se torna mágico. Así es como los espejos se convierten en espejismos.


Querida Fienna:
Somos todopoderosas. Lo podemos todo. Tu espejo ha sido elaborado con toda la brujería de la que soy capaz. Es un espejo muy sabio, mágico por supuesto, descendiente directo de aquél que tenía la madrastra de Blancanieves, pero con corazón (el de un gato para más señas). No es más que un instrumento al servicio de tus poderes. Si te colocas frente a él, podrás visualizar lo que quieras conseguir, y lo conseguirás.
El proceso de elaboración ha sido un canto a la autosuficiencia que ha permitido forjarlo a fuego lento, como un conjuro. Los azulejos fueron cuidadosamente seleccionados: los rosa con florecitas que tú misma sugeriste (mira que te conozco pero sigo sin atreverme a regalarte esas cursiladas a las que sólo tú sabes devolver la dignidad), unas flores de alta alcurnia halladas en el barrio Salamanca (a Ariuca le "encantitaron" nada más verlas), un indefenso pedacito azul y blanco de diseño retro que me encontró de camino a la piscina y me imploró que lo llevara conmigo (al que he reconvertido en nube debido a su capacidad para el llanto fácil) y tu plato roto de "A Loja do Gato Preto" que ha visto diseminada su herencia genética dando a luz una mariposa, una libélula, un caracol y un tulipán, pasando, tras semejante parto, a mejor vida. He ido mezclando más fuerza física de la que tenía para acarrear el espejo original, con un poco de la humildad que me faltaba para querer pedirle a alguien con carnet y coche que me ayudara a transportarlo (finalmente, se lo pedí a Ariuca que me debía varios favores como porteadora). Lo aderecé con un soplo de la suerte de vivir tan cerca de "Cristalera Madrileña" (establecimiento que no tiene reparos en cortar espejos "de la calle"), añadí una buena dosis de la paciencia que voy perdiendo para partir los azulejos y una cucharada de minuciosidad para no darlo por terminado antes de tiempo, de ésa que nunca he tenido y de la que siempre te he visto hacer alarde: al quitarle la pintura a la escalera de tu madre, o como hace 13 años, al limpiar la tela de la canadiense que nos dió cobijo en Campolongo.
¿Pero qué clase de bruja sería, si no pudiera hacer cosas de las que no soy capaz? Esta experiencia me ha permitido descubrir que para recorrer la distancia que separa nuestros dos barrios bajo un sol de justicia, con un tablero de DM de dimensiones inadmisibles para la EMT echado a la cadera, el bolso repleto de hojas de azulejo, la falda arremangá con una mano y un abanico en la otra, no hacen falta poderes, sino poderío.
Debería haber aprovechado que las llaves de tu casa me conceden la facultad de dejártelo como sorpresa de bienvenida, pero también carezco de la generosidad necesaria para renunciar a verte la cara cuando lo abras.
Sé que lo emplearás para el bien. ¡Que lo disfrutes!