01 agosto 2009

Veraneantes

Dícese de todo aquello
que necesita del verano para existir.

Guada regenta el "Lupita", un bar en el corazón de no importa qué pequeño pueblo situado al sur del sur. Es una mujer joven, bajita, trabajadora, de las que imprimen su huella en todo lo que hacen. Hoy se encuentra en uno de esos días complicados del mes, pero aún así disipa con decisión mis dudas sobre el desayuno "Te voy a preparar lo mismo que me estoy tomando yo". Esos pronombres tan bien puestos convierten la barra del bar en una cocina acogedora y a esta clienta desconocida en una confidente (de haber habido una calabaza en escena, ese día habría bajado en carroza a la playa). "La Lupe" encajaría perfectamente en Tijuana: por el nombre, por la decoración de su cantina y por la flor que tatúa toda la superficie superior de su brazo derecho. Esos tonos brillantes que sólo existen en las cajas Plastidecor de 12 colores apuntan a su hijo de cinco años como presunto artífice. Transcurridos doce meses, el tatuaje se mantiene intacto y no hay más remedio que declarar inocente al niño. Sólo un mes más y esa flor, sencilla pero rotunda, inspirará un espejismo. No tiene acento del sur pero en algún momento de su historia, Guada tomó conciencia de su naturaleza veraniega y se estableció en este pequeño rincón del mundo donde habita el genio de la lámpara silenciosa. Le pidió un remedio contra los días nublados y le concedió a un muchacho de Sao Paulo capaz de hacer salir el sol de una sonrisa. Juntos tramaron un plan perfecto: "Viviremos aquí y huiremos a Brasil cuando llegue el frío. Si transcurridos unos meses, el invierno nos da alcance, nos instalaremos aquí de nuevo". Así lo hicieron. Ese año, y el siguiente, y el siguiente y todos los años que siguieron después. Se propusieron vivir eternamente en verano y lo consiguieron. Hay una larga lista de veraneantes: las sandalias, los quioscos de helados, las terracitas, Mr. Caroteno (señor que acude al Parque Sindical todos los días sin excepción entre el 30 de mayo y el 31 de agosto cuya epidermis sigue el proceso inverso a la de Michael Jackson y que pasa gran parte del tiempo con los brazos levantados porque lo único que le queda por broncearse son las axilas), los tirantes, las cenas al aire libre de mis vecinos en sus pequeños chalets, los carteles de cerrado por vacaciones, el café con hielo, las largas horas de luz... y yo queriendo ir andando a todas partes porque sé que en esta época proliferan a cada paso contenedores de materia prima de espejismo de valor incalculable. Algunos de estos veraneantes se extinguen por completo el 21 de septiembre, otros sobreviven arrumbados en los armarios y Mr. Caroteno y yo, luchamos por mantener vivo el paraiso en nuestras vidas, más allá de estos tres meses que se nos permite frecuentarlo.

Hay dos medicinas que ayudan a los veraneantes a superar el invierno: una visita furtiva a Cádiz (sólo he estado una vez allí, en enero, y era verano) y la voz de la Mari de Chambao, que es capaz de ahuyentar la borrasca más tenebrosa y de hacer que mis sandalias dejen de llorar en el armario y se pongan a bailar por la casa aunque la temperatura en la calle no supere los 5º. Añado a "Las Migas" en este botiquín contra el frío, el remedio que me concedió este año el genio de ese pequeño pueblo situado al sur del sur cuando le pedí vivir eternamente en verano.