30 noviembre 2010

Noviembre

Yo allí esperando a que la matricial terminara de imprimir el recibo y de repente: "¡Cómo odio noviembre! Menos mal que se acaba" A veces, los ciudadanos sueltan estas frases como si te estuvieran dando una contraseña. Dudé un segundo si debía formular la pregunta en voz alta, pero sólo tenía sentido hacerla con la boca cerrada. Pensé lo más alto y claro que pude: "¿lee usted la mente?". Le doy su impuesto. La palma de mi mano aún en el aire esperando una respuesta. El señor (que ahora recuerdo como una reencarnación de Adolfo Marsillach) coge su paragüas, me mira, sonríe, me enseña cómplice sus auriculares y me susurra "menos mal que tengo mis trucos o no sobreviviría". Mientras se marcha, yo lo que quiero es entrar en la carpeta de borradores, imprimirle esto y correr tras él para que lo lea pero estoy muy ocupada en quedarme allí parada con la boca abierta.

Para mi ciudadano anónimo de esta mañana, por sobrevivir.
Son los presentadores de los informativos los que nos obligan a adelantar la hora en los relojes. Y si no fuera por las cámaras, los pinganillos, los trajes chaqueta y las corbatas nos daríamos cuenta de que se trata de una ceremonia satánica para invocar a noviembre. Un espectáculo muy propio de Halloween. Pero obedezco, como si no supiera que en cuanto deje de manipular las agujas y vuelva a posar el reloj sobre la mesa sonará el timbre, entrará en mi casa, hará que octubre se marche precipitadamente y de puntillas, aprovechando que está la puerta abierta, como un amante avergonzado. Liberado de la presencia del único testigo que podría socorrerme, me atravesará el pecho con la mano, me agarrará el corazón y lo estrujará con fuerza. En ese momento, crees que te vas a morir de angustia, pero no. Noviembre tiene otros planes. Durante treinta días no serás más que una marioneta, asida por la entraña, a la que teledirigir de un lado a otro mientras luchas por no perder la vida.

En noviembre la magia está prohibida. La quitan para que nos deslumbren más las luces navideñas. Crees que te morirás de pena, pero no. A veces sale un sol de mentira que ni calienta ni impide que te decolores. Noviembre te saca del edredón a empujones y te obliga a vestirte con una palidez que te transparenta las venas, y crees que te morirás de frío, pero tampoco. Te das cuenta de que podría matarte de soledad y buscas asilo en dos empresas. No se atreverá a hacerlo delante de todos esos propietarios de bienes inmuebles. Tampoco en pleno call center. Por eso, hay que ir corriendo de un trabajo al otro, rápido, que no te alcance. Es vital coger el primer metro. Pero a los conductores les gusta jugar a arrancar cuando te tienen justo ahí, en la mitad del retrovisor. No hay tren, ni metro, ni autobús que salga sin asegurarse antes de que lo has perdido. Si la frustración matara... pero no. En la desesperación del sprint final, la carrera es un despropósito dónde la voz corre mientras los pies gritan que llegan tarde. Bajo esos gritos, crujen los esqueletos de unas hojas frágiles que amarillean, se desangran y mueren de noviembre. Sus cadáveres se exhiben hacinados en los parques como recordatorio de lo que este mes asesino es capaz de hacer. Ya es de noche. Sientes que te mueres de oscuridad, pero no. Justo en ese momento te enfoca la luna llena. Se te clava un rayo frío y azul. Ahora te toca a ti desangrarte. Esa debería ser una evidencia de que te mueres, pero tampoco. Llegados a ese punto ya sólo quieres gritar pero tienes un nudo en la garganta. Te mueres de ganas de llorar, pero al final, lloras en vez de morirte.

Ahora que noviembre agoniza se pueden limpiar las armas que te mantuvieron con vida. Guárdalas, las necesitarás dentro de once meses: el pensamiento de que noviembre parió personas fundamentales para ti (contra el miedo), el cine empleando esa imagen para describir un sentimiento muy distinto (contra la angustia), la magia de unos duendes que te han preparado la cena... (contra la pena), una mañana en tirantes al calor de Lorenzo en el salón (contra el frío), encuentros con infiltrados a la deriva y excompañeros de facultad (contra la soledad), la música saliendo a borbotones del móvil e inyectándose en mis oidos (contra la frustración), unas cuantas lágrimas saladas contra esas hormonas rebeldes...
Noviembre, ¡a que al final te mueres tú de mí!