26 marzo 2011

Papelitos

No imprimas este mensaje si no es imprescindible.

Hace poco más de un año, recibí un mail con una fórmula matemática y unas palabras mágicas. Lo imprimí. Lo doblé. Lo metí en el bolsillo del abrigo. Tal vez no fuera muy conveniente llevar esos números encima. Lo saqué. Estuve a punto de romperlo. La primera vez que un hada se compromete a cumplirte un sueño, no te fías del todo y necesitas verlo escrito continuamente. Pero la verdad completa, es que cuando alguien te dice algo que te gusta y te gusta cómo te lo dice, no te conformas con leerlo una vez. Me di cuenta de que esas cifras estaban muy lejos de ser lo más privado que había tenido en los bolsillos y lo volví a guardar. Estuvo ahí enrollado mucho tiempo. Lo empuñaba como un cuchillo cuando me amenazaba la incredulidad de los demás. Cuando estaba sola, me aferraba a él como a un amuleto. Pasado un mes, en la notaría, lo solté el tiempo justo de echar unas firmas. Incluso después de liberarme del abrigo, seguí llevándolo encima. De hecho, aquella tarde en el Fnac, cuando Jorge Drexler necesitó un papel para resolverme el enigma musical que me tuvo seis años poniendo internet patas arriba, encontré ese papel en el bolso a falta de alguno de esos cuadernitos tan cucos que me compro porque los necesito y en absoluto porque me gusten los dibujos de las portadas. Hace un rato me he topado con un "Eduardo Darnauchans" de caligrafía desconocida por detrás de lo que valía el euríbor en marzo de 2010, la cuantía de mi hipoteca y mis ahorros.

Hoy tocaba hacer limpieza de celulosa y pasar revista al montón de papelitos que he ido trasladando de los bolsillos al cajón. Porque todos tenemos un cajón de papelitos que revela mucho más de nosotros que la suma de todos los estados, fotos y canciones de nuestro muro de Facebook y conviene despejarlo de vez en cuando de los folletos de propaganda, las cartas del banco, las listas de la compra, las facturas, los vales-descuento... intrusos que no son sino el spam de los papeles. Ahí, entre los greatest hits de los ciudadanos, la matrícula del coche de Mr. Caroteno, claves anotadas en tickets de Mercadona, bocetos de espejismos y demás papelitos con minúscula, están los Papelitos. Con mayúscula, porque no son tan fáciles de conseguir. Sólo existen cuando alguien es lo bastante generoso como para decir algo bonito que podría haberse callado y lo bastante precavido como para querer proteger sus palabras de los perniciosos efectos del viento. Mis Papelitos se reconocen enseguida. Les delata esa forma de canutillo forjada en el bolsillo a fuerza de puño. Si los pisara una piedra, serían capaces de envolverla adoptando de nuevo la forma que les permite ocultar sus secretos. A base de sobrevivir a las cribas, se han ganado hasta el respeto de las tijeras. El mío lo tienen desde el momento en que me parecieron imprescindibles.

06 marzo 2011

And the Oscar goes to

"¡Óscar! O vienes la próxima semana o llamo a otro."

Esas fueron las palabras mágicas que consiguieron que después de seis meses dándome largas, el fontanero se dignara a venir, por fin, a mi casa. Y eligió el 28 de febrero (San Poderoso Guerrero) que es el día del año que prefieren las cosas insólitas para sucederme.

Yo ya le conocía pero no había caído, hasta que el otro día le encontré intentando recuperar el aliento en el umbral de mi puerta, en que se trata de la versión fontanero de mi amigo Niebla. Tal vez físicamente sólo coincidan en la estatura, o tal vez se den un aire, pero el caso es que incluso antes de que pronunciara el primer ejjjque, ya había detectado en él esa extraña forma de ser macarra y entrañable a la vez, una rareza de la que pensaba que Jorge y Pilus tenían la exclusividad. Si Mdlle. Rubaki está leyendo esto estará pensando "ya estamos tratando al fontanero como si fuera familia". Pues sí, Rubaki, ya estamos.
"Esto va a ser más complicado de lo que parece"

Todo el mundo sabe que ése y "¿quién te ha hecho esta chapuza?" son los mantras que cualquier ñapas colegiado debe pronunciar en voz alta antes de empezar a trabajar. Pero lo cierto es que esa frase confirmaba mis sospechas: "lo complicado de poner el lavabo nuevo va a ser quitar el antiguo" (siempre me pareció que estaba allí desde antes de que construyeran la casa). Óscar no es muy dado a largos parlamentos:

"Escucha"

Toc toc. Se podía oír un eco resonando en el vacío que ocultaban tras de sí los azulejos.

"Mira"

Él tirando del lavabo, el lavabo sin inmutarse y yo pensando cómo se las apañaría con una clienta sordociega... Y como seguía callada y con cara de circunstancias, no tuvo más remedio que resolver la ecuación:

"Como tire de verdad, me llevo todos esos azulejos"

En esas ocasiones, hay que contestar como si tuvieras una cornada con dos trayectorias:

"Abre lo que tengas que abrir. Lo dejo en tus manos"

Pero mi seguridad se resquebrajó con la misma facilidad que los azulejos y se convirtió en pánico cuando vi los ladrillos rojos asomándose a saludarnos. Estuve allí paralizada viéndole las entrañas a mi cuarto de baño hasta que un grito me despertó:

"¿Pero es que no tienes montado el mueble?"

¿¿¿Que el mueble tengo que montarlo yo??? Sabía perfectamente que Óscar se estaba aprovechando de su parecido con Niebla para escaquearse de parte del trato, pero me pareció justo siempre y cuando me recompusiera el baño sin que me costara una fortuna.

"¿Tienes azulejos?"

"Fliparías" pensé. Pero dije "Como éstos no".

"Pues tengo que ir a buscar unos. Y tenemos un problema. La máquina de cortar azulejos la tengo en la obra y ahí si que no me da tiempo a ir hoy".

Era mi momento: "Yo tengo una".

"Jajajajaja,... ¡Pero cómo vas a tener tú una máquina de cortar azulejos!".

El tú ese me dolió mucho. "Ni que fuera una hormigonera..." pensé. Ahora tendría que describiros la cara que puso cuando me vió salir de la terraza con mi juguete en los brazos, si esa expresión fuera descriptible.

"¿Dónde has comprado esto?"

"No sé, me la regalaron para mi cumpleaños"

La cara de Óscar terminó de indescribirse del todo. Se puso de rodillas y empezó a manipular la máquina.

"¿Y el diamante?"

Yo sólo la había usado con esos azulejos que imitan el gresite para separar los trozos a presión, no para cortar. Así que nos faltaba lo fundamental.

"Bueno, pues bajo y te compro un diamante"

Vale que un diamante de ésos no cuesta más de 10 euros y que me lo estaba diciendo como el que se va a comprar cuarto y mitad de jamón york y que el espejismo que tenía en construcción en el salón me devolvía una imagen nada favorecedora de la retaguardia de mi príncipe y que el único interés que tenía en Óscar era que me reconstruyera la pared y él en mí que montara el mueble ("¿Cómo lo llevas, figura?" "Bien, ya he puesto las puertas ahora sólo tengo que conseguir que se cierren sin chocar una con otra") pero no tenía ninguna duda de que no había situación más cómica para escuchar semejante frase en peligro de extinción de boca de un hombre arrodillado. Así que cuando terminamos nuestras respectivas labores y Óscar se ofreció a enseñarme a cortar azulejos y lo que se cortó fue el dedo, lo menos que podía hacer era curarle la herida y agradecerle que no quisiera cobrarme el único diamante que me interesa tener.

Mis 28 de febrero están ahí para demostrar que si la vida no es como en los cuentos es porque no los escribió Almodóvar.