13 mayo 2010

Saldando deudas

De cómo entre tanta bruja de mechas
encontré un hada madrina.

Sujeté a Ladycaña por los hombros, la miré fijamente y le advertí que no debía entrar allí bajo ningún concepto: "Recuerda lo que nos pasó la última vez". No la solté hasta que asintió. Introduje mis objetos metálicos en la taquilla y me metí en una de esas cabinas en las que uno se siente como un concursante de "Lluvia de Estrellas" a punto de convertirse en algún famoso. Cuando se abrió la puerta lamenté seguir siendo yo ("seguro que si sales en la tele es más fácil que te den una hipoteca") y me senté a esperar que alguien se quedara libre para atenderme. Pero no estaba dispuesta a contarle mis delirios a cualquiera, al menos tenía derecho a elegir de quién quería recibir la negativa. Y la elegí a ella. Supongo que, de alguna forma, fui capaz de intuir una varita mágica entre sus papeles.

Nunca me interrumpió, ni me miró como si estuviera loca. Me animaba a seguir buscando incluso por importes superiores a los que yo había fijado como tope. Nunca me pidió que me olvidara de la zona norte como opción, ni me hizo preguntas incómodas ni sugerencias sobre lo fácil que sería todo aquello con una pareja solvente. Sentí que podía empezar a confesar mis pecados si los dosificaba semana a semana ("...que es que no soy funcionaria...", "...que es que mi contrato no es indefinido...", "que es que no quiero pedir aval...") Lo soltaba y miraba hacia otro lado temiendo su reacción como quién espera que explote un petardo al que le acaban de prender la mecha. Asombrosamente, ella siguió escuchándome, animándome y dejándome ir sin penitencia.

Fue entonces cuando Ladycaña empezó a entrar conmigo. Al principio, se sentaba tímidamente en la silla de al lado, pero pronto se animó a hacer la crónica de los pisos que habíamos visitado durante la semana, afilando bien cada detalle jocoso como le gusta hacer a ella. Nos reímos a tres bandas de las excentricidades decorativas de los vendedores, repasamos los argumentos desesperados de los agentes inmobiliarios y bromeamos con la posibilidad de convivir con el fantasma de alguna antigua propietaria en uno de esos pisos llenos de muebles al más puro estilo "Cuéntame"...

Ya era habitual que nos abrieran sin hacer siquiera el amago de deshacernos de los metales, pero aquella tarde, hasta el ritual de esperar a que se cerrara una puerta para que se abriera la otra era mucho pedir a nuestra impaciencia. Irrumpimos en la mesa de nuestra amiga: "¡Lo tengo!". La forma en que tiramos el bolso y el abrigo en la silla de al lado mientras hablábamos atropelladamente, probablemente le recordara el comportamiento de su hija cuando llegaba del colegio con algo importante que contar. Creo que, ese día, terminó de amadrinarnos. Le dimos todos los detalles sobre el palacio que habíamos seleccionado y la dejamos con la tarea de contestar a la preconcesión de nuestro sueño no más tarde del siguiente martes.

Áquel fue uno de los fines de semana más largos de los últimos 33 años. Hubiera preferido pasarlo dentro del banco, en ese micromundo donde tantos jueves había escuchado que era posible. Pero tuve que pasarlo en el mundo exterior, lleno de hostilidad incluso en los círculos más cercanos: "que no... que no puede ser, es imposible..."

Y llegó el martes. Seguramente, el día con las peores estadísticas de ciudadanos atendidos de mi historia, porque recuerdo perfectamente haber hecho click muchas más veces, pero que muchas más, sobre la tecla de actualizar la bandeja de entrada que sobre la de "Siguiente Cliente". Y cuando por fin, llegó ese mail y leí "TIENES HIPOTECA" toda la oficina lo supo sin necesidad de que articulara palabra. Cuando quise darme cuenta, ya estaba rodeada por un montón de gente que se alegraba por mi. Yo había empezado a llorar mucho antes de entender que había heredado el Puesto 5 de mi amiga Rubaki para recibir en él esta noticia y seguía llorando cuando salí al parque a llamar a mi hada madrina que me aconsejó cautela: "Muy pronto estarás firmando y podrás celebrarlo de verdad".

Voy a celebrarlo de verdad, Elena. Pero después de haber pagado la primera letra, sentía que tenía una deuda más importante. Hoy es jueves y Ladycaña quería saludarte. Seguimos sin saber cómo lo has hecho pero no lo vamos a olvidar nunca.