17 abril 2011

7759

Muy poca gente se lo creería. Pero estoy convencida de que si llegara a los ojos de los que me engendraron no dudarían que es verdad y, como dice Vanila, les daría un parraque. Así que, con el fin de hacerlo más fácil para todos, esta historia empieza así: Supongamos que...

...el pasado domingo 10 de abril a las cinco y media salgo de mi casa con la idea de disfrutar de la tarde, me dirijo al centro, me bajo del metro en Tribunal y echo a andar sin más rumbo que evitar la sombra. Termino sentada en los Jardines de Sabatini como muchas otras veces y reto al sol, a ver quién se va primero. De pronto me nublo. Se me ha puesto delante un hombre alto y mayor con barba y una larga y canosa melena, que me mira en silencio. A su lado un chico joven y guapo. Ninguno de los dos tiene pinta de ser español. El señor mayor (en adelante Gandalf) mueve las manos como si quisiera decirme algo. Irremediablemente, eso hace que el corazón me dé un vuelco, que yo sepa no llevo escrito en la cara que hablo lengua de signos. Mis manos: "¿Eres sordo? ¿sabes lengua de signos?" Me da a entender que no. Voy a probar suerte en Internacional pero antes de que consiga encontrar el rincón de mi cerebro donde dejé el SSI que me sobró del Congreso, se sienta a mi lado, coge el palo de un polo que hay allí tirado y escribe en la arena: "No soy sordo". Pues entonces quiero que me deje tranquila así que le sigo hablando con las manos. Hacerme bien la sorda siempre me había sido útil en estos casos, hasta el otro día: "¿Por qué ocultas tu voz? Deja de fingir. Te hemos pillado."

Gandalf me miraba fijamente esperando que le hablara pero es lo que tiene estar en estado de shock, una tarda mucho en responder. Escribía frases que no siempre entendía bien y las iba borrando con el pie. Por fín, le pregunté en voz alta: "¿Por qué te has acercado?". "Nos has traido tú". Me colocó el dedo índice apuntando como si fuera a hacer una pregunta y empezó a mover su dedo alrededor del mío hasta que se chocaron. Y escribió en un papel: "Selección automágica". En ese momento, con el corazón a punto de salírseme por la boca recordé mi última frase en facebook: "Me comeré a besos al primero que me hable con las manos" Y sí, me puse a llorar. Sabiendo lo que ahora sé la escena es ridícula pero en ese momento estaba convencida de estar frente a alguien que sabía cosas de mí que no podía saber. Siempre he sido un blanco muy fácil para la serendipia, lo sé, lo asumo. Creo que eso fue lo primero que leyó Gandalf en mi cara nada más verme. Me da un abrazo y saca un pañuelo de tela del bolsillo para secarme las lágrimas. Pero el toque de efecto aún está por llegar. Sigue escribiendo. A veces hace juegos de palabras. "Eres un astro". Cambia la e por o, añade una s. "Eres un sastre". "Eres un desastre". "No eres un desastre". A veces el joven acompañante (en adelante Aragorn) que observa paciente y silenciosamente nuestra conversación, me echa una mano y me descifra los trazos que no entiendo. Ahora sólo recuerdo algunas frases, supongo que las que me hicieron diana: "la independencia es soledad". Le pregunto si es un mago. Contesta con un gesto, como queriendo decir, parecido... y escribe: "Yo un mago. Tú una bruja". Me sonríe justo antes de darme la estocada definitiva: "A pesar de tu licenciatura en psicología, conocer mucha gente e intentar comprenderla ayuda."

Bueno, yo creo que con esta frase hasta el más escéptico tendría cosquillitas. ¿Cómo podía saber eso? Me quedé atónita. Me ofrece ir a tomar un té a 14 minutos de allí. El hecho de que escriba 14 minutos y no 15, me seduce más que el té. Y digo que sí. Ya lo sé, ya lo sé, vaaaaaaale. No volvería a hacerlo jamás, se que hay que estar muy loca. Pero es que en ningún momento tuve la sensación de que fueran mínimamente peligrosos. ¡Venga, que eran Gandalf y Aragorn!

Llegamos a su casa después de andar creo que más de 14 minutos en un silencio que sólo rompió Aragorn al señalar el cartel de su calle y bromear: "éste es el monte, él es el león". El tamaño de la casa me resultaba familiar. Nos descalzamos al entrar y dió la luz de la lámpara de una mesita plagada de botes con bolígrafos de distintos colores que había junto al sofa/¿cama? Coge un cuaderno, me pregunta el nombre y lo escribe junto a un número y algo más. Arranca la hoja y recorta con un cutter lo que ha escrito y lo mete en un tarro donde supongo hay 7758 papelitos como el mío. La idea de formar parte de una colección tan extensa me desagrada tanto como me acojona. Aragorn se dirige a él en alemán y se va a la cocina a preparar el té. El discurso de Gandalf es ahora descaradamente sectario. Empiezo a entender que lejos de no poder, si no habla es porque eso le da un halo de misterio imprescindible para representar su papel de forma convincente. Se pone serio cuando intento contestarle por escrito en vez de hablar. "No intentes empatar, no compitas". También me doy cuenta de que alguien que ha repetido esta jugada miles de veces ha tenido que desarrollar una habilidad tremenda para decir las cosas de tal forma que produzcan el efecto que desea. Me hace leer las historias que ha escrito en las visitas de otras personas: José Antonio, Mirna... Habla sobre vivir sin dinero, sin trabajar (jajajaja me parto), cooperar, colaborar... Algunas historias están en inglés y quiere que lo lea en voz alta. "No sé tanto inglés", le digo riendo. "¿De qué te ríes? No saber inglés no es gracioso". Bueno, digamos que Gandalf había dejado de ser cordial. Lo único que quiero es irme de allí sin problemas. Así que intento seguir siendo amable pero empiezo a insistir en que tengo que irme, me está esperando mi familia. "No des prioridad a las personas ausentes ni los uses como excusa. La auténtica familia son las personas presentes". Uy uy uy... Sí, si... pero que me tengo que ir. Un último intento: "Es una ofensa para el cocinero marcharse de una casa a la hora de la cena" señalando a su lacayo. Aragorn tío, no te lo tomes a mal, pero es que me tengo que ir. Gandalf pela una mandarina, la reparte para los tres, me dan un abrazo y me voy.

Por supuesto que lo primero que hago al llegar a casa es meter "hombre mudo, pelo blanco, calle monteleón" en google sin éxito. No me puedo creer que ninguno de mis 7758 predecesores haya documentado el suceso en la red. Al día siguiente la búsqueda en los ordenadores del trabajo resulta mucho más fructífera. Se lo cuento a mis compañeras. A Manu el hecho de irme sola a los jardines de Sabatini ya le resulta bastante paranormal.

Después de una semana digiriendo la experiencia, se lo he contado hoy a Ariuca que tiene un máster en tipos raros y pocas veces necesita que le explique estas situaciones surrealistas. Cuanto más rara sea la experiencia, mayor la probabilidad de que a ella también le haya pasado. Resulta que Gandalf contactó con las otras dos Romanskis en La Noche en BlancoAriuca que es mucho más hábil que yo rastreando en internet lleva toda la tarde pinchándome enlaces de foros dónde hablan de "mi amigo" al que por lo visto se conoce también como "Padre Abraham", "Panoramix", etc.

Conclusiones:

No me queda más remedio que admitir que soy una de esas "chicas fácilmente impresionables" de las que hablan en los foros. Me queda el consuelo de seguir siendo una chica a pesar de tener 34 tacos y no una señora, pero no me consuela lo suficiente.

Nunca, nunca, ¡¡¡NUNCA!!! irse con un desconocido a su casa sin más, ni más... por muy buen rollo que te dé, que su casa esté a 14 minutos, o lo que sea.

Tengo que ver más "Mentes criminales" (por prescripción de Ariuca).

Ahora que puedo decir que me he tomado un té y una mandarina con Gandalf y Aragorn, cualquier posibilidad de volver a ser admitida en el Colegio Oficial de Psicólogos se ha desvanecido para siempre.

Cuando Eva Amaral y Juan Aguirre escribieron "Tarde de domingo rara" no tenían ni pv+@ idea de lo que es eso.

Que la realidad siempre supera a la ficción y a cualquier suposición, por muy supuesta que sea.