22 diciembre 2011

Selección automágica

Suerte. Coincidencia. Casualidad...

Hay muchas formas de referirse a los hallazgos afortunados. Cuanto más insólito e impredecible, más improbable. Y justo en el punto en el que lo improbable se vuelve imposible, la suerte se convierte en magia.



Hay pequeñas pedreas de buena suerte salpicando lo cotidiano: que suene esa canción mientras comes bombones en el coche de unas amigas, un autobús de la EMT para ti solita durante todo un trayecto, disfrutar de un concierto privado en el metro desde la platea de escalones vacíos que separa a los autómatas que suben de los que bajan...


A veces, aciertas el número y la serie y cuando tu amiga te subvenciona un fin de semana en Málaga, viene un libro de poesía liberado de Bookcrossing a recibirte a la estación. O haces caso a las señales que te sugieren que un concierto en la playa no es algo que debas perderte y, de paso, descubres un paraíso nuevo y gente encantadora. O te invitan al más grande espectáculo después del Big Bang y ya no puedes volver a oir Mezzogiorno sin ver a las Romanskis saltando y cantando con más entusiasmo que cualquiera de los veroneses de alrededor.

Otras veces, la gente se cansa de esperar que su suerte cambie, se pone manos a la obra y otro mundo es posible. No es la primera vez que una multitud lucha por hacerse oír agitando las manos al aire en Sol, pero nunca un aplauso mudo había sido tan ensordecedor. Ni siquiera alguien que ya se hubiera infiltrado antes podría soñar con una deriva tan masiva, tan sincronizada y tan inesperada a la vez. Ni tan llena de significado.

Hay días raros en los que pareces haber comprado cartones para todas las rifas frikis del planeta. Hoy te ha tocado decir “sí quiero” al extraño diamante que te ofrece el fontanero con la rodilla hincada en el suelo. Mañana, contemplar como un típico ciudadano sanblasero, de ésos que vivieron intensamente los 80s, entra en la oficina a interesarse por el estado de su solicitud en compañía de un mono de peluche que se gira amenazante hacia el policía, examina con interés la instancia y asiente a los comentarios del dueño del brazo que tiene dentro. El ciudadano, pertrechado tras unas gafas de sol, finge no llevar un primate colgado en bandolera. El muñeco finge ser un mono que finge ser una persona. Un señor que espera su compulsa finge que aquello no está pasando. Ninguno de los allí presentes cree que vaya a tener una ocasión mejor para afirmar tajantemente: "Ahora sí que lo he visto todo". Hasta que se te acerca Gandalf en los jardines de Sabatini una tarde de domingo, te invita a tomar un té en su casa y charláis silenciosamente sobre lo que tú llamarías serendipia y él "selección automágica". Te marchas antes de que Aragorn termine de hacer la cena y te prometes no afirmar tajantemente nada, nunca más.


Y haces bien porque muy de vez en cuando, ocurre que estás en el descanso de por la mañana y ves como la vida (¡sí, sí, la vida en persona!) pasa el control de seguridad y entra a pagarle a alguien los cafés que le debía. Suele perdonarnos casi todo a cambio de un café pero estaba bastante dolida con la vida, así que tuvo que currárselo un poco más. Aceptó sus disculpas cuando le prometió que le daría el doble de lo que pidiera y las ví irse juntas por el parque repicando los tacones con fuerza. Luego me bajé de la calabaza, tiré el palo a la papelera y volví al trabajo.


No sé cuánto hay de suerte y de magia en todo esto, pero ya es casualidad que siempre que ocurren estas cosas haya una canción cerca.
 
Y si no habéis tenido suerte hoy, que no os falten ni la salud ni un cd.