Si Ladycaña estuviera de guardia esta noche, escribiría este
cuento contra el insomnio:

Había diseñado aquel sueño minuciosamente. Según estudió en la universidad, para que un sueño inmejorable no se terminara, debía ser circular, así que colocó un abrazo al principio y otro al final. Además, sabía que para que una circunferencia de un perímetro de ocho meses fuera una estructura arquitectónicamente sólida no podía estar hueca, y la rellenó con una espiral en la que, tras completar cada vuelta, el sueño se tocaba así mismo dentro de otro abrazo. De este modo, aquel sueño inmejorable había conseguido parecerse mucho a un cuento lleno de ventajas, porque al llegar al final no se acababa sino que se caía por un agujero (jjjhhhhhgggguuuuuu) y el sueño reaparecía en mitad del sueño. Con la seguridad del que cree tenerlo todo bajo control, cerró los ojos y se abrazó a aquella felicidad geométrica hasta que una idea furtiva, procedente de no se sabe que oscuro rincón de la conciencia, le recordó que no estaba soñando y se despertó. Quiso ignorar aquel pensamiento estúpido y volver a ese abrazo o a cualquiera de los anteriores, pero cuánto más lo intentaba más se despertaba. Aquella espiral sólida y apacible era de pronto un remolino que se alejaba rápida y violentamente de su memoria. Estaba a punto de desaparecer, cuando consiguió atrapar con la mano el último abrazo y desde ahí, tirando de cada día de ese sueño, minuto a minuto, devanar cuidadosamente una madeja que pudiera poner a salvo del olvido.