Gracias por la magia, Capitán.
Pero es que no es sólo la oposición. Toda mi vida ha alcanzado cotas insospechadas de surrealismo, seguramente por tomarme al profesor terrorista al pie de la letra. Es más guay ser rebelde pero yo admito que cuando me dan una norma que me parece coherente, me aferro a ella con uñas y dientes. Si otra persona me contara lo que he vivido este mes, pensaría que se trata de un sueño o de una peli de David Linch. Un compendio de experiencias inconexas carentes de toda lógica, que mi conciencia se resiste a etiquetar como reales.
La primera fue imaginar a Benigna, la de El Orfanato persiguiéndome con una botella de Coca-Cola de dos litros a cada toque de "pssssshhhhhhh" que se escuchaba en la soledad de mi casa. Hasta que pude comprobar como el "pssssshhhhhhh" me pulverizaba el cogote estando sentada en el retrete. En ese momento, un flash back con la voz de mi madre me dijo "si alguna vez estás en el baño y oyes un ruido no te asustes. Es el ambientador que se acciona solo". Pero ¿era imprescindible colocarlo para que el disparo te ejecute de un tiro en la nuca? Está claro que la efectividad de estos ambientadores de última generación reside en aniquilarte antes de que puedas hacer nada maloliente.
La segunda, el Curso de Voz que se reveló como la experiencia más esotérica de mi vida. En lugar de los predecibles nódulos, disfonías y demás afecciones de garganta, que si la energía cósmica, el yin pa un lado, el yang pa'l otro, que si tomamos aire por el tercer ojo y lo expulsamos por la mansión del poder, aquí el centro de la energía vital, ahí el centro del espíritu... Algunas frases de este curso quedaran grabadas en mi memoria para siempre: "Los zapatos impiden nuestra conexión con la tierra. Por eso, la ducha es fundamental, nos conecta con la tierra a través del desagüe." El curso incluye prácticas de canto difónico y un monográfico sobre la terapia del sonido y el análisis de voz, cuya artífice es una señora muy mayor experta en el uso de las nuevas tecnologías que se califica a sí misma de quimera entre otras muchas cosas. Mis deberes no son menos excéntricos: componer cuatro nanas, una para cada estación del año.
Esta realidad irreal me puso en la tesitura de tener que personarme a la vez en tres sitios diferentes el sábado 17. Como no debo de tener los chacras lo suficientemente abiertos como para hacer eso, cometí el pecado mortal de faltar a la formación de mi empresa y opté por el Curso de Sexualidad para Jóvenes Sordos. El remate de mi desfachatez fue contestar la verdad al supervisor cuando me preguntó el motivo de mi ausencia, en vez de enviarle un justificante médico falso en cuyo caso el reglamento dice que aquí paz y después gloria. Ahora pretenden que acate un doble castigo: descontarme el dinero por no haber asistido y trabajar el 31 de diciembre (por decir la verdad, supongo). ¿Surrealista? No tanto como el comunicado en el que me informan de unas ofertas de Orange exclusivas para trabajadores de la empresa que consisten en renovar mi móvil por los mismos modelos y en las mismas condiciones que tendría sin trabajar para ellos.
El Curso de Sexualidad también tuvo lo suyo: la misteriosa desaparición de un diafragma cuyas dimensiones desafían los cánones de la anatomía femenina humana y el consecuente temor de que mi curso de salud sexual-reproductiva desatara el mayor foco de infecciones de transmisión sexual de la historia de la comunidad sorda. Por cierto, uno de los participantes de mi curso, se me apareció a primera hora de la mañana el otro día en el metro de mi casa, acompañado de un señor sordociego con el que mantenía una animada conversación en lengua de signos apoyada. El diafragma se me apareció también afortunadamente.
Y como colofón, Gabuto en un intento por convertir mi locura en irreversible ha empapelado mi barrio con minibenignas como la de la foto. Esto me ha dado la oportunidad de comprobar que si bien es imposible no esbozar una sonrisa al cometer estas travesuras, es más imposible aún contener la carcajada al recibirlas. Cuando descubrí la primera en el aluminio de la puerta del metro casi tengo que ser atendida por el Samur: por el ataque de risa, inexplicable para los que esperaban el ascensor, y por la bronca que me montaron los dos individuos que entraban en el momento de sacar la foto.
Sin duda, hay una lección que extraer de todo esto: si la realidad puede convertirse en sueño es que los sueños también se hacen realidad.